martes, 17 de junio de 2008

ACCIÓN DE GRACIAS


Richard Ford cierra con esta "Acción de gracias" la trilogía que inició hace más de veinte años, y en la que creo que "El día de la Independencia" es la más completa. Ford nos presenta en este tocho de nuevo a Bascombe, ahora ya lleno de goteras, don un divorcio y un abandono a cuestas, unos hijos a los que no acaba de entender, instalado en una localidad costera de Nueva Jersey, y enfrentado ante el inico de la última etapa de su vida. Esa última realidad le ha estallado casi de un día para otro, o mejor el día que le diagnosticaron cáncer de próstata, lo que le empuja a un cierto ejercicio de introspección y a descubrir que empieza la cuesta abajo, imparable y sin final a la vista. Plantearse lo que ha sido su vida, ahora que está serenamente afincado como un agente inmobiliario al que le van muy bien las cosas, reconocer errores, luchar por enmendar algunos y aprender a disfrutar casi del momento porque lo que pueda venir está al llegar y no quieres que te pille en pelota picada. De ahí que incluso reflexiones sobre que deberían hacer sus hijos con sus restos cuando muera. La novela, más de setencientas páginas, describe, casi al minuto el día de Acción de Gracias y las dos jornada previstas. En tanta página, y con el lujo de detalles que caracteriza toda la obra de Ford, que es de lo que más me gusta, nos desribe esa América profunda y provinciana, llena de personajes y situaciones que a veces resultan incomprensibles para un europeo, pero que parecen reflejar la cotidianeidad de aquellos parajes. Hay algunos personajes que nos resultarían totalmentre increible, si otras tantas novelas y películas nos nos hubiesen informado ya de que existen.
Es en todo caso esta Acción de Gracias unaobra crepuscular, que no me ha sentado especialmente bvien, porque tengo muy reciente la lectura de Sale el espectro de Roth y ya se sabe que afrontar la decrepitud, el fin del ciclo vital, en definitiva la vejez, no es plato de gusto, aunque todos estemos abocadas a ella más tarde o mas temprano y de llegar, sentirnos afortunados. En fin, mgistral Ford, pero conviene vacunarse porque puede resultar un tanto deprimente.

TSUGUMI


Es esta una novela de corto recorrido. Se lee de un tirón y en un ratito. Y es una delicia. No es sorprendente, resulta en muchas cosas muy cercana, muy familiar. No plantea ningún embrollo, no hay suspense,...hay sobre todo melancolía. El recurso a ese último verano en el que somos conscientes de que se cierra una etapa, en la que dejamos atrás la adolescencia y la primera jueventud y sabemos que ya nada será igual. Banana Yoshimoto, todo un fenómeno en su país y en algunos países europeos, y no tanto en España, aunque el fenómeno Haruki Murakami ha acelerado su promoción aquí, y para bien. La prota, María, se va a Tokio, a vivir con su familia por fin reunida. Vuelve durante el verano a un pequeño pueblo costero en el que ha vivido hasta entonces con su madre. Y saboreará esos días casi al minuto, apurando un dulce que sabe irrepetible, en la pensión Yamamoto, junto a sus tios, su insoportable y enfermiza prima Tsugumi, especimen caprichoso y cruel que se ligará al único joven interesante del pueblo. Pasan pocas cosas, pero es difícil apartarse de las páginas, porque tiene un fuerte poder de evocación que nos retrotrae a momentos personales muy parecidos. Y es que el mundo de la adolescencia, de los sentimientos, del desarraigo, es universal. Lo mismo en Japón, en México, en España.
Banana Yoshimoto, cuyo nombre real es Mahoko Yoshimoto, tiene ya una larga trayectoria como novelista. De hecho Tsugumi fue publicada en 1994 y ha tardado mucho en llegar a estos pagos. Dicen que otras novelas suyas como Sueño Profunto o Amrita, son también estupendas. Bueno, esta Tsugumi merece la pena si uno quiere sumergirs en un pasado seguramente no tan lejano y constatar que las pequeñas cosas, sin tracas ni artificios, también tiene su historia, su interés. Absténganse los que consideren demasiado empalagoso dejarse mecer por vivencias emotivas e intesas propias de un tiempo en el que el cinismo todavía no había ganado el terreno suficiente para encorsetarnos.

martes, 3 de junio de 2008

NADAN DOS CHICOS

Diez años nada menos le llevó a Jamie O'Neill escribir este tocho, que en la versión castellana ocupa nada menos que 790 páginas. Todas merecidas, por cierto, para contar una historia de amor entre dos chavales en medio de la rebelión irlandesa en la Pascua de 1916. Una historia de amor que sirve de excusa para retratar la Irlanda ocupada, la Irlanda de la miseria, el hambre y el destino marcado desde Londres. Donde los curas, la iglesia católica, está en todas partes, también en la recuperación del espíritu patriótico de los sometidos irlandeses, con actitudes y modos reconocibles en los que mantenía el clero durante la dictadura franquista. Aunque centrada en la historia de iniciación entre Doyler y Jim, la novela tiene otras voces muy importantes que nos van retratando ese momento de la historia irlandesa, la división entre los que asumen la ocupación como algo natural y los que se rebelan hasta el punto de tomar las armas.
Dicen los críticos que es una de las obras mayores de la literatura irlandesa de todos los tiempos y que en ella son claramente visibles rastros de otros irlandeses universales como Joyce, O'Brien o Wilde. En todo caso es un magnífico documento sobre la realidad irlandesa de aquel tiempo y un fascinante ensayo sobre los sentimientos, todopoderosos a la hora de enfrentarse a lo que se les oponga, y un estupendo alegato en favor de la amistad. En un momento de la novela se lee que no hay más patriotismo que la amistad, y la defiende como la base de cualquier esfuerzo de superación y de liberación personal y colectiva. Más allá de los personajes centrales, no hay que perder de vista otros como el viejo Mac, el padre de Jim, héroe tragicómico al que se ve desbordado por los tiempos, o la fascinante Eva MacMurrough, de la vieja nobleza irlandesa, que pone una vela a dios y otra al diablo, y que apuesta al final por el bando de los rebeldes.
Estamos ante una novela casi de lectura obligatoria, por su calidad. O'Neill, durante muchos años celador en un psiquiátrico de Londres, ha dado lo mejor de sí en esta obra en la que, a pesar de su extensión, parece que no sobra nada....Absolutamente recomendable.