He paseado este libro por media Europa desde que lo compré hace más de cuarenta años. Han sido varias las ocasiones fallidas en las que abordé su lectura, bien con propósito de llegar hasta el final, bien como arma infalible contra el insomnio. Nunca había logrado pasar de la página 200. Ha sido esta condenada cuarentena la que me ha llevado a afrontar de una vez la lectura de esta magna obra, todo un desafío, que necesita de la máxima concentración y un abordaje con los ojos y la mente bien abierta para superar formas y fondos que nos son bien ajenos. Pero esta vez sí: ya he leído los dos primeros tomos y quién sabe si llegaré al séptimo y último.
Este primer libro, cuyo título del original francés difiere según la edición, se lo pagó el propio Proust, en 1913, al no encontrar editor. Proust era un hombre de posibles, dinero acumulado por su familia que le permitió dedicarse exclusivamente a la literatura, a mantener una intensa vida social y a dar rienda suelta a sus instintos, diferente en cada etapa de su vida.
Fue un diletante, algunos le tildaron de snob, y en definitiva un niño bien, ultramimado por su familia por su delicada salud y las dudas sobre su capacidad para automantenerse en la vida.
Esa sobreprotección familiar queda patente en esta primera parte, llena de alusiones autobiográficas, en las que cuenta sus vacaciones de infancia en Combray, dedicadas al reposo, a los mimos, a las lecturas y a los paseos, unas veces por el lado de Swan y otras por el lado de Guermantes, la familia descendiente de Genoveva de Brabante.
Es literatura pura y dura. Plagada de párrafos interminables en los que lo mismo describe a una persona, o a una planta, o a sentimientos, muchas veces pueriles, que le atormentan en su día a día de niño mimado. Así dedica páginas enteras al sufrimiento que le produce la ausencia puntual de su madre, o los miedos que le produce subir a dormir sin que esta suba a darse un beso de despedida. Pero hay además innumerables páginas dedicadas a describir plantas y enredaderas o los alrededores de Combray. Algunas rayanas con la cursilería más ramplona. Eso sí, logra transmitir como nadie el placer que le supone comer una simple magdalena.
Dentro de este primer tomo hay otra novela, centrada en Swan, amigo de la familia, que da un viraje en su vida al enamorarse de una cocotte, Odette, a cuya conquista dedicó años a pesar de que, según reconoció, "por una mujer que ni siquiera me atraía".
Esta parte dedicada a los amores de Swan, sobre los que da una y mil vueltas, se vuelve por momentos muy pesada y es difícil mantener la concentración. Sólo a base de recrearse en el uso de las palabras es soportable.
En definitiva, primer objetivo conseguido.
Datos personales
- antonio alonso
- GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS
- Un lector por libre. Leo lo que me apetece en cada momento, lo que encuentro, por ejemplo rebuscando en la biblioteca pública, o cualquier título que me llame la atención en una librería. No soy metódico, me dejo influir, qué remedio, por lo que va saliendo, pero guardo un mínimo espíritu anárquico para que no todo sea al dictado. Este blog no pretende ser guía para nadie, ni una recopilación de críticas. Sólo reseñas de lo que cae en mis manos.
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