Por fin, con el final del año llegó también el final de esa ardua tarea que supone leer esta obra inmensa de Marcel Proust. Hubo momentos de fascinación, de enganche, pero también de tedio, de aburrimiento, de desinterés, de ganas de abandonar. Uno no puede dejar de admirar la enormidad literaria de este empeño, pero hay que hacer un ejercicio solvente de encuadre en la época correspondiente, de entender lo rompedor de un estilo bien diferente cuando se escribió, del barroquismo descriptivo con el que por momentos se vuelve apabullante....Pero innegablemente se trata de un documento extraordinario, de una joya de enorme valor, de un retrato de incalculable valía de una época y una sociedad que hace mucho que dejó de existir, de una forma de vista y de unos enfoques sociales ya obsoletos pero que explican muy bien lo que fueron aquellos años y las consecuencias desastrosas que se derivarían no mucho tiempo después en las terribles dos guerras mundiales. Y teniendo todo ese en cuenta, no es menos cierto que, por momentos, la lectura se hacía insufrible, por la constante reiteración en describir sentimientos, miedos y frustraciones, de fácil catalogación psicológica. Lo fácil era abandonar, colgarle la etiqueta de que se trata de uno de los tostones literarios más imponentes de la historia. Pero también es y lo fue para mi, un reto que me hacía superar hasta la ansiedad que me generaba enfrentarme a cada nuevo tomo y renegar de cualquier tentación de abandono.
Dicho esto, vamos a lo concreto, de estos tres tomos restantes. En LA PRISIONERA, el narrador nos cuenta sus artes para llevar consigo a Paris a Albertina, a la que prácticamente confina en casa, mientras deshoja la margarita de si debe o no casarse con ella. Serán decenas de páginas dedicadas a justificar pros y contras, a darle vueltas a unos celos cada vez más enfermizos y a trazar estrategias continuas para aumentar cada día su control sobre ella. Es también la entrega en la que se nos cuenta la traición de Morel hacia su protector, el barón de Charlus. Se recrea en la descripción de distintos personajes de "la sociedad" a la que cada vez conocemos mejor, ya que forma parte del día a día del narrador: se cuentan envidias, caídas y subidas sociales, la guerra con Alemania, las filias y fobias de cada cual, ene un París en el que esta vive bastante al margen de la tragedia bélica y sus repercusiones sobre el país.
En LA FUGITIVA, la situación amorosa con Albertina se va degradando. Cada vez tiene más dudas de estar enamorado de ella y duda entre seguir reteniéndola o forzar una ruptura para que vaya de su casa. En medio de esas dudas, inesperadamente Albertina se fuga de casa, y el protagonista maniobra todo cuanto pueda para hacerla regresar, moviliza a sus conocidos para conseguirlo, confía que es solo un pulso que le está echando, y se obsesiona con obligarla a regresar más por despecho que por amor. Simultáneamente a esos esfuerzos, Proust teoriza sobe el arte como ideal para superar las tribulaciones de la vida, reafirma su admiración por la música de Vinteuil y detalla l caída en barrena del barón de Charlus, incapaz de superar el abandono de Morel. La búsqueda de Albertina sale mal, y no le queda más remedio que poner sus ojos en otra, en este caso una vieja conocida, Gilberta, la hija de Swann, pero esta se casa con su amigo Robert de Saint Loup, quien por cierto también tiene devaneos homosexuales como su tío el barón de Charlus.
Y llegamos al último tomo, EL TIEMPO RECOBRADO. Estamos en la Primera Guerra Mundial. El narrador pasa cada vez más tiempo con Gilberta, que no deja de quejarse del abandono de Saint Loup, porque está combatiendo y porque cuando está de licencia se dedica a otros-as. El barón de Charlus se lanza a una continua búsqueda de nuevos amantes. Socialmente la burguesía va reemplazando a la antigua sociedad como nuevo poder. Poco a poco van confluyendo aquellos dos caminos que nos describía al principio de la obra, el de Swann y el de Guermantes, con un especial protagonismo de la señora Verdurin, cuyo ascenso social parece imparable. El protagonista recobra buena parte de su vida social, tras muchos meses apartado por su mala salud, pero al mismo tiempo se aleja cada vez más de la misma y considera llegado el momento de acometer su tarea como escritor, una tarea aplazada durenta gran parte de vida, que ahora se rebela como una necesidad.
En fin, que el reto fue superado, que sentí una enorme satisfacción, también un enorme alivio, al llegar al final. Y que enfrentarse a una obra así requiera paciencia, mucha, y tiempo. Si merece la pena o no , eso ya depende de cada cual.
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