Benjamin Black, o lo que es lo mismo John Banville dedicado a otros temas de los que no se ocupa con su nombre real, vuelve por sus fueros con este thriller ambientado en Praga, a caballo entre los siglos XVI y XVII. Praga era entonces la capital del imperio, elegida por segura por el entonces emperador Rodolfo II, que se rodeó de una cohorte de nigromantes, alquimistas, matemáticos y especialistas varios en las más raras de las habilidades.
A esa ciudad llega un joven ambicioso, Christian Stern, bastardo del obispo de Ratisbona, que le pagó la educación universitaria, en busca de un puesto en la corte y un lugar donde demostrar sus cualidades. Coincidió su llegada con un sueño del monarca, que era de los que se fían de esas cosas, que supuestamente anunciaba su advenimiento como una esperanza.
Las cosas no tardan en complicarse, cuando el joven se topa con el cadáver de una mujer que resultó ser la amante del soberano, quien le encarga que investigue el crimen. A partir de ahí toda una red de conspiraciones e intereses cruzados, en los que aparecen ya las causas que luego justificarían la guerra de los 30 años, choque de religiones y choque por la sucesión.
Entretenida es, no tanto como sus libros anteriores protagonizados por Marlowe, y desde luego llegado el final bien podría concluirse que de no escribirla no hubiera pasado nada.
Salvo para muy convencidos seguidores de Black, la novela es perfectamente prescindible. Una pena, porque el escenario posiblemente habría dado más juego con otra historia.
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