Pocos libros tan oportunos como este, para combinar con las últimas fechas del año, en los que nos dejamos llevar por los recuerdos, por la memoria, por lo que fue y lo que pudo ser. Luis Landero ayuda a ese ejercicio de nostalgia y memoria. Y lo hace a su manera, cogiendo un cuaderno en blanco y dejando que que su mano transcriba el vagar de su memoria.
No hay en este EL HUERTO DE EMERSON un argumento lineal, una historia hilada, una obra al uso, sino una recopilación de vivencias de infancia, juventud y madurez, trabadas por su memoria ene la que recupera su tiempo temprano en un pueblo de Extremadura, su adolescencia madrileña, su paso por Paris, sus lecturas, su labor como profesor, sus miedos y alegrías como escritor y la perdurabilidad de su obra.
Los recuerdos mandan en esta obra. La nostalgia envuelve su infancia en la casa familiar del pueblo, cuando todavía se contaban historias reales e imaginarias, un enorme filón para la mente de un niño. Esas historias orales que luego sustituirá por lecturas, y Landero confiesa aquí la pasión que le despertaron Kafka, Dickens, Shakespeare, Conrad, Borges...y, por supuesto, Cervantes. Una pasión que siempre quiso trasmitir como profesor a sus alumnos, porque mucho de nuestras vidas está ahí, en la literatura.
Muchos de los personajes que aparecen son ejemplo de la inocencia del mundo rural, historias disparatadas algunas que parecen sacadas de El Quijote. Luego hay otras más íntimas, como sus miedos a la hora de enfrentarse a la hoja en blanco o sus reflexiones sobre el sentido de escribir, aunque no duda del de leer.
En definitiva, Landero en estado puro. Sin más expectativas que gozar de los recuerdos de otro pero contados como muy pocos saben hacer.
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