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GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS
Un lector por libre. Leo lo que me apetece en cada momento, lo que encuentro, por ejemplo rebuscando en la biblioteca pública, o cualquier título que me llame la atención en una librería. No soy metódico, me dejo influir, qué remedio, por lo que va saliendo, pero guardo un mínimo espíritu anárquico para que no todo sea al dictado. Este blog no pretende ser guía para nadie, ni una recopilación de críticas. Sólo reseñas de lo que cae en mis manos.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LOS NADADORES

Si hay una palabra que pueda definir a esta novela es inquietante. Joaquín Pérez Azaústre se lanza, sin paracaídas, en el sentido de que deja la historia abierta al final, a una profunda reflexión sobre la soledad, la pérdida y hasta una cierta deshumanización de la sociedad contemporánea. Y todo partiendo de la casi obsesiva costumbre del protagonista, Jonás, por acudir cada mediodía a nadar. Lo hace además en una piscina que le pilla en la otra punta de la ciudad, pero muy cerca de la casa en la que convivía hasta hace poco con Ada, la novia que le abandonó. Combate ese abandono con la natación, algo de alcohol y la compañía de su amigo más íntimo, Sergio, que parece ser su otra cara, el tipo al que casi todo le sale bien. Esta historia, en apariencia de andar por casa, se va complicando a medida que se van produciendo desapariciones alrededor del protagonista. La primera la de su madre, a la que apenas veía desde que sus padres se separaron. Es su padre el que da la alerta que llevará a Jonás a un viaje de regreso al que fue su hogar de infancia, donde todo aparenta normalidad salvo por la ausencia de la madre. Pero esas desapariciones van en aumento y empiezan a rodearle en todos los ámbitos de su vida, el profesional, el de las amistades, el de los vecinos... Pérez Azaústre introduce esa pincelada de ciencia-ficción, inexplicable, para reforzar esa sensación de soledad creciente que nos atenaza en las sociedades modernas y esa indiferencia casi generalizada ante lo que ocurre a nuestro alrededor. Es una novela intensa, interesante e imprescindible dentro de la narrativa española actual.

TODO EL TIEMPO DEL MUNDO

"Tiene todo el tiempo del mundo.¿Ah, si?.Si. ¿Hasta cuando?. Hasta que ocurra algo. ¿Qué puede ocurrir?. Ay, si lo supiéramos". Este diálogo, que se repite varias veces, en el relato "Todo el tiempo del mundo" que da título a esta colección de relatos, da una idea de la profundidad de las reflexiones que nos presenta Doctorow en este libro. Es una recopilación de trece relatos, publicados por separado, la mayoría en The New Yorker, todos y cada uno empeñados en explorar nuevas formas literarias y nuevas formas de presentar las voces de personajes que, por distintas razones, se salen de la normalidad establecida. Son personajes peculiares, en épocas distintas, pero todos muy norteamericanos y en escenarios muy de ese país. Así seguimos las peripecias de un hombre que, un día, al regresar a casa del trabajo, decide abandonar a su mujer e hijos pero lo hace instalándose en el desván del garaje anexo a su casa, para así seguir sabiendo de sus vidas; vemos, a través de los ojos de una chica, las maniobras de una madre, una especie de viuda negra, no solo para sobrevivir sino para llevar la mejor de las vidas posibles; conocemos el crecimiento de una secta, desde dentro, surgida por las revelaciones de las que es portador un mecánico que sobrevivió milagrosamente a un tornado; asistimos a la lucha de una joven, casada casi en la adolescencia, por reconstruir una y otra vez una vida empeñada en darle palos; conocemos los problemas de conciencia de un joven que deba falsificar cartas de su padre muerto para hacer creer a su abuela que sigue vivo; o la alteración que sufre la vida de un matrimonio cuando a la puerta de la casa ven un coche aparcado con un tipo que vivió en su casa y que ha hecho un extraño peregrinaje de regreso.
Todos y cada uno de los relatos tienen un atractivo especial y muestran la extraordinaria habilidad de Doctorow para acercarnos, utilizando distintos tipos de voces, una realidad cotidiana y a la vez extraña que solo puede dibujar un habilísimo observador de la sociedad.