Pura novela norteamericana, con todos los ingredientes previsibles y bastante violencia, en algún caso un tanto gratuita. Train, título de la novela, es también el apodo de un joven negro que malvive el Los Angeles a mediados de la década de los cincuenta. Familia desestructurada, de pocos recursos, y teniendo que buscarse la vida cada día, en este caso haciendo todo tipo de trabajos en un campo de golf, incluído el de caddie. Por casualidad allí conoce a Packard Miller, un extraño personaje, del que luego sabremos que es uno de esos policías que actúan a menudo más allá de los límites de la ley, jugador aficionado al golf y sobre todo un entusiasta de las apuestas. Un encuentro fortuito que retomarán más adelante, cuando Train ha tenido que salir por pies de su casa, ha encontrado otro trabajo en un campo de golf, en peores condiciones laborales y salariales, y cuando Miller ha dado un salto en la escala social al casarse con una viuda rica, a la que aliñó el caso de asesinato de su marido por dos jóvenes negros que asaltaron su yate. Emprenderán entonces una estrecha colaboración para hacer apuestas jugando al golf, mientras vamos conociendo las angustias de Norah, la mujer de Miller, y la deriva de Plural, un ex-boxeador que pierde la vista y al que cuida Train. Aunque la crítica pone la novela por las nubes, quizá porque Pete Dexter ya es un autor consagrado y muy premiado, lo cierto es que todo suena a ya visto o leido, las situaciones no son para nada originales y el desenlace se adivina mucho antes de que empiece a desarrollarse. En fin, prescindible.
Datos personales
- antonio alonso
- GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS
- Un lector por libre. Leo lo que me apetece en cada momento, lo que encuentro, por ejemplo rebuscando en la biblioteca pública, o cualquier título que me llame la atención en una librería. No soy metódico, me dejo influir, qué remedio, por lo que va saliendo, pero guardo un mínimo espíritu anárquico para que no todo sea al dictado. Este blog no pretende ser guía para nadie, ni una recopilación de críticas. Sólo reseñas de lo que cae en mis manos.
domingo, 14 de noviembre de 2010
miércoles, 3 de noviembre de 2010
DUERME
Más o menos todos hemos pasado, hemos experimentado algún episodio de insomnio y el que no no sabe la suerte que tiene. Así que esta novela de Annelies Verbek, ¡Duerme!, sirve, de algún modo, de recordatorio de esas jornadas de pesadilla en las que contar ovejas no sirve para nada, como tampoco sirven el sinfín de remedios más o menos caseros que con frecuencia te aconsejan para intentar hacerse con el querido sueño. La autora belga, que con esta su primera novela tuvo un gran éxito, centra la novela en dos personajes que padecen insomnio y que viven relativamente cerca. Maya es uno de ellos; lo intenta todo para conseguir unas horas de sueño, pero pronto se rinde a la evidencia y comienza unas enloquecidas salidas nocturnas por la ciudad que la llevan a emborracharse y a tener sexo con desconocidos, que la transforman en una provocadora que va llamando a los timbres de las casas para despertar a los que gozan del sueño. Si Maya es muy joven, Benoit es un cincuenton varado en la experiencia traumática de perder a su madre de niño, una madre que es puta y excelente cocinera, y a la que se aferra hasta el límite mismo de la locura, con amigos invisibles que le acompañan en su enloquecida huída hacia ninguna parte. Que ambos personajes van a coincidir se ve desde el primer momento, y toda la novela trancurre en dos mundos paralelos que se unen en algunos momentos, mientras en otros se buscan. No es una buena novela para insomnes, porque puede ser contaminante. Pero es un estupendo ejercicio sobre la fragilidad emocional, sobre la dificultad de mantener el equilibrio en situaciones de no descanso, de alta de sueño que altera profundamente la vida diaria. Hay un tercer personaje entrañable, Olga, una señora mayor que por temporadas ingresa en un hospital con enfermedades imaginarias para tener compañía y no estar sola. Interesante.
EL REGRESO
“El regreso” es una novela de Bernhard Schlink, conocido sobre todo por su obra “El lector” de tan grato recuerdo y tan espléndidamente llevada al cine. Schlink sigue dándole vueltas a la postguerra alemana, a los enigmas en que se convirtieron muchas vidas, a los cambios de identidad, a los abandonos familiares, a los exilios voluntarios en otros países donde algunos se construyeron otras vidas, como queriendo borrar de un plumazo los horrores de las Segunda Guerra Mundial en la que participaron, o de los que tienen mala conciencia. El protagonista de la novela es Peter Debauer que vive con su madre en una ciudad media alemana y pasa los veranos con sus abuelos suizos. De su padre se sabe poco, por no decir nada. Todo lo referido a él esta envuelto en un halo de silencios y medias palabras, aparentemente imposible de traspasar. Sus abuelos editaban novelitas de consumo rápido, pero una de ellas, en realidad unas pocas páginas que cayeron en sus manos llevaron a Peter a intentar hacerse con el resto de la historia y a investigar los pormenores de la vida del autor. La novelita en cuestión narra la historia de un soldado aleman prisionero de los rusos en Siberia, que logra regresar a su casa y encuentra que su mujer vive con otro hombre. Al no conocer el desarrollo de la historia y su desenlace, Peter abre todo tipo de conjeturas y empieza una investigación que le ocupará muchos años, en los que la alterna con su trabajo en una editorial jurídica mientras conocemos detalles de su azarosa vida sentimental. Tirar del hilo es lo que tiene, que a una sorpresa le sigue otra y reconstruir el rompecabezas es muy difícil y más cuando toca de lleno la vida del que lo hace y pone patas arriba su identidad tal y como la conocía. Es magnífica la equiparación que realiza entre la novelita y la Odisea y muy interesantes las reflexiones que plantea sobre las reacciones humanas ante situaciones extremas. Estamos ante una novela ambiciosa que intenta aportar algo de claridad en esa nebulosa aparentemente indescifrable que envuelve el pasado de toda esa generación de alemanes ahora ya ancianos. No falta tampoco una interesante referencia a los días de la unificación alemana y a la manera en la que la afrontaron los hasta entonces ciudadanos germanoorientales
miércoles, 20 de octubre de 2010
LA OFENSA
Llevaba unos meses oyendo comentarios, buenos, sobre la obra de Ricardo Menéndez Salmón, un filósofo gijonés metido a editor y escritor, que, dicen, va creciendo con cada nuevo texto que publica. La Ofensa es una novela de apenas ciento cuarenta páginas, de renglones generosamente extendidos y muchos espacios en blanco. Cuenta una historia aparentemente convencional, la de un soldado cualquiera, alemán, enrolado por llamamiento, e inmerso en esa locura desatada por Hitler que fue la II Guerra Mundial. La historia de Kurt, tal y como la cuenta en la primera parte de la novela, podría ser de lo más vulgar: un joven de una ciudad media alemana, cuya familia posee una sastrería, en la que estaría llamado a pasar el resto de su vida si el viento de la guerra no le llega a arrancar de su casa. Fueron aquellos primeros meses un tanto apacibles, las tropas alemanas se paseaban sin dificultad por media Europa, que no parecían tener nada en común con el vendaval trágico que se abatiría sobre el continente hasta mediados del 45. Menéndez Salmón emplea en esa primera parte un tipo de narración bastante aburrido, con muchos lugares comunes y un lenguaje un tanto rebuscado, casi antiguo, con destellos de pedantería. Pero hacia la mitad da un primer giro a la tuerca, pillando por sorpresa al lector ante una horrible masacre que tendrá un efecto inesperado en Kurt, la pérdida de toda sensibilidad. Entra ahí la narración por derroteros filosóficos, bien conocidos por el autor que reflexiona sobre la separación de cuerpo y hombre (¿alma?), sobre cuánto dolor puede soportarse, sobre la posibilidad de una vuelta atrás, de una redención, de una esperanza. Mientras el horror sigue abriéndose paso en Europa, seguiremos la penosa, pero insensibilizada vida de Kurt, al que todavía aguarda otra vuelta de tuerca más, hacia un final insólito e inquietante. Desconcierta un poco la forma de narrar de Menéndez Salmón, al menos a quien como yo está acostumbrado a textos más fáciles, sin tantas cargas de profundidad. Pero está claro que estamos ante una novela pensada retorcidamente para que reflexionemos sobre los males de este mundo y el desconocimiento que tenemos de nuestros propios cuerpos.
martes, 19 de octubre de 2010
AMOR EN VENECIA, MUERTE EN BENARÉS
Geoff Dyer es un inglés todoterreno, bien conocido por sus columnas en The Guardian, pero también como ensayista y novelista. Esta “Amor en Venecia, muerte en Benarés” es, que yo sepa, su última novela, y como indica su título tiene dos partes bien diferenciadas, que transcurren en esas dos ciudades en las que se permite ver alguna similitud (alguien lo desarrolla en la segunda parte del libro.
En la primera, que transcurre en la ciudad de los canales, nos presenta un tal Jeff, periodista freelance y sobre todo crítico de arte, que se gana la vida viendo exposiciones , asistiendo a cócteles y aportando luego su punto de vista en algunos medios escritos. Uno de ellos le manda a Venecia, a la Bienal. Llega allí, tras haberse teñido el pelo, por aquello de parecer más joven, con el encargo no solo de contar lo que vea en la muestra, sino también de entrevistar a una vieja gloria, fotografiarla y pedirle que cede a al revista un dibujo inédito. Su interés por semejante encargo es mínimo y lo único que realmente le importa es asistir a las innumerables fiestas programadas durante el certamen, en las que se sumergirá con fruición, combatiendo el pavoroso calor de esos días con el consumo desatado del conocido cóctel bellini, sin duda la estrella d la Bienal. Dyer entra a fondo en ese mundo de apariencias, de fiestas sucesivas, de intereses cruzados que es la Bienal, y deja bastante con el culo al aire a periodistas y críticos, que parecen garrapatas dispuestas a darse un banquete sinfín. Es ahí donde vivirá una historia de amor de presumible escaso futuro.
En la segunda parte cambia de tercio y, por encargo de un periódico, se va a Benarés para hacer un gran reportaje. La ciudad sagrada del hinduísmo le atrapa desde el primer momento, hasta el punto de dejarlo varado, cada vez más alejado de su regreso a Londres y cada vez más adaptado a la forma de vida que le rodea. De la curiosidad de los primeros días, que nos permite conocer los distintos ghats, las zonas de acceso directo al Ganges donde pululan peregrinos, gurús, mendigos de toda clase, turistas y comerciantes de todo tipo, junto a vacas, cabras, monos.....El río más sagrado de la India nos los describe como una síntesis de todo lo bueno y malo del mundo, y es esa visión sintética la que le atrapa y la que le irá abriendo una nueva vía, en la que casi todo es prescindible y la vida se reduce a breves paseos por los ghats, la contemplación, o los baños en el río. La adaptación de Jeff a Benarés nos permitirá conocer a fondo la ciudad, distintos tipos de personajes, locales y llegados de todo el mundo, y una religión, el hinduísmo, de difícil comprensión para los occidentales.
Estamos ante un interesantísimo acercamiento a dos ciudades, que se disfruta mucho más si se conocen.
miércoles, 13 de octubre de 2010
MONDO Y OTRAS HISTORIAS
Tenía una deuda pendiente con JMG Le Clézio, premio Nobel de Literatura hace dos años. Hasta en dos ocasiones intenté leer otras tantas novelas y, quizá, porque no era el momento o porque realmente no me decían nada, acabé por abandonarlas a las pocas páginas. Así que ha llegado a mis manos MONDO Y OTRAS HISTORIAS y ha tenido que revisar todo lo que pensaba del amigo francés. El libro contiene hasta ocho relatos, algunos casi novelas cortas, que tienen en común a los niños como protagonistas. Son todos niños raros, algunos muy raros, y el mundo en el que se desenvuelven no nos es fácilmente reconocible, no tenemos datos suficientes sobre su ubicación real y sus paisajes y formas sociales a veces parecen anclados en el medievo y otras en escenarios post-cataclismo. Pero son todos estos relatos de una belleza increible. Me encantan especialemente dos: Mondo, un niño feliz en una ciudad donde intenta hacer amigos entre toda la gente con la que se va cruzando, y “Los pastores” una inquietante historia en un ambiente apocalíptico que deja abiertas demasiadas incógnitas. Hay otra historia fascinante, la de Daniel, en “El que nunca había visto el mar, que deja a escondidas la especie de internado en la que reside para, emulando a Simbad, largarse a recorrer mundo para localizar el mar, su gran obsesión. O esa otra, la de Jon, “La montaña del dios viviente” que se deja seducir por el misterio que envuelve a una poderosa montaña que domina la ciudad. Los personajes son un portento de inocencia y curiosidad, en mundos que por momentos resultan amenazantes, pero en lo que todo parece transcurrir con total serenidad y de forma natural. En fín, para no perdérselo.
lunes, 4 de octubre de 2010
SABER PERDER
No es esta una novela que busque trascendencia literaria, y probablemente es de fácil olvido. Lo que sí es, es una instantánea interesante de un momento, de una época de la sociedad española, de estos años, con guiños interpretables justo ahora aunque no está claro que lo sean dentro de, por ejemplo, veinte años. Me gusta como escribe David Trueba. Me gustan sus columnas en el diario El País y también algunas de sus películas. Aunque tiene dos novelas anteriores esta es la primero que leo. Y ha sido una sorpresa agradable, por momentos absorbente, aunque todo suene a conocido y, en algún caso, un poco manido. Dividida en cuatro partes, que se recrean en el deseo, el amor, la identidad o el final de las cosas, las relaciones, la vida misma, la novela pivota sobre cuatro personajes: Sylvia (sic), una dieciseisañera de hormonas revueltas y a la que un accidente dará un importante cambio a su vida; su padre, Lorenzo, empresario fallido y arruinado por un amigo, que busca esperanza y ánimo en una inmigrante vecina; Leandro, abuelo de Sylvia, que tras una vida llena de rutinas, y cuando todo se viene abajo a su alrededor, se interna en una aventura sin futuro con una prostituta; y Ariel, sí nombre de detergente, promesa futbolística argentina que llega a Madrid en un estado de inmadurez que le dificulta ubicarse y cuando comienza a hacerlo, con una relación que le pone contra las cuerdas si trascendiera, no logra los resultados que esperaba el club y tiene difícil su continuidad en la ciudad. Es quizá este personaje uno de los más logrados. Trueba demuestra un buen conocimiento de los entresijos del mundo, de las promesas argentina, y maneja con soltura vocabulario, expresiones y un cierto enfoque del mundo tan peculiar en el país sudamericano. Hay, lógicamente, otros personas, algunos un tanto tópicos que, por momentos, deslucen la historia. Pero está bien, un poco larga pero atractiva y de fácil lectura. Quizá le falte un poco de ambición en cuanto a la trama argumental, pero lo cuenta bastante bien.
martes, 28 de septiembre de 2010
EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS
Creo que ya lo he apuntado en otro post anterior, pero no me importa repetirlo. Soy austeriano, admirador convencido de casi toda su obra, casi un propagandista y por eso siempre acojo con entusiasmo cualquier texto suyo. Este “El país de las últimas cosas” no es reciente. Simplemente se me había pasado y la recomendación insistente de un amigo, también tocado por la gracia de Auster, me llevó a la novela. No me debió pillar en un buen momento, quizá estaba necesitado de una lectura más ligerita, o quizá fue la sorpresa al adentrarme en un mundo demasiado siniestro y falto de esperanza, tan lejos de la frescura y la riqueza imaginativa de otros libros de Auster. Ha sido un auténtico mazazo, porque es difícil mantener la compostura ante una narración en la que se se atisba la más mínima esperanza, en que todo conduce al vacio, a la nada, en la que es difícil hasta explicar porque los personajes se empeñan en sobrevivir cuando no hay resquicio alguno por el que escaparse. A ese mundo cruel y autodestructivo llega Anna, en busca de su hermano, periodista, que meses antes se había trasladado a una ciudad y un país que estaba sufriendo un increíble fenómeno de autodestrucción incontrolable. La acompañamos en un viaje sin destino, en una encerrona sin escapatoria, en una ciudad donde el gobierno solo se ocupa de recoger a los muertos de las calles, donde nadie produce nada, donde todos se dedican a encontrar algo que les permita sobrevivir ese día y si puede ser el siguiente. No explica Auster las causas de esa decadencia suicida que acabará con la ciudad y sus habitantes en poco tiempo; prefiere detenerse, en una aparente reflexión sobre la catástrofe a la que nos conduce el estilo de vida contemporáneo, en las cosas mas nímias, las más importantes, en ese reciclaje compulsivo de objetos cotiadianos que ahora sirven para un trueque salvador, en ese sálvese quien pueda que se olvida de la solidaridad o de la compasión misma. De lo que pasa en la ciudad, de lo que le pasa a la propia Anna sabemos por una carta-diario que dirige a alguien no identificado. La única esperanza que asoma en todo el libro es pensar que finalmente alguien pudo escapar de semejante infierno, hacernos llegar ese texto por el que sabemos de tanta penalidad, de tanta miseria física y moral, de ese mundo condenado en el que los gestos de solidaridad se cuentan con los dedos y en el que parece que lo más razonable sería morir cuanto antes. En fin, un texto muy deprimente con un futuro muy negro, que hay que leer con buen estado de ánimo. No sé cual sería el de Paul Auster cuando lo escribió, pero está claro que no estaba en sus mejores días (emocional e intelectualmente hablando). En todo caso la trama, como en todo texto austeriano, atrapa y te deja casi sin aliento. Ojo al elegir el momento para empezar su lectura.
sábado, 25 de septiembre de 2010
TODOS LOS JÓVENES TRISTES Y LITERARIOS
Es esta otra novela generacional. Muy reciente. Su autor, Keith Gessen, tiene treinta años, y sus tres personajes rondan esa edad, están intelectualmente bien preparados, y tienen como él ascendencia rusa y judía, lo que da idea de que la novela está llena de referentes autobiográficos. Ha tenido mucho éxito en Estados Unidos y quizá ese éxito tiene explicación en clave puramente norteamericana. Vista desde aquí no es más que una serie de pinceladas sobre un cierto tipo de gente, todavía joven, muy bien formada, pero tan despistada como tantos otros de generaciones anteriores. No son generación X, pero no sería difícil ponerles nombre. Uno, Mark, vive dándole vueltas a una tesis eterna sobre los mencheviques; Sam está decidido a escribir la obra sionista definitiva, aunque un viaje a Cisjordania le hará no solo ver las cosas de forma diferente sobre la crisis israelo-palestina sino sobre sus propios objetivos profesionales. Y el tercero, Keith, analista político, anda tan hundido con los años de gobierno Bush, que no se encuentra. Todos ellos van a la deriva en sus vidas sentimentales, y los tres acaban en Nueva York, que se convierte en la ciudad faro para todo urbanita que se precie. Supongo que en Estados Unidos habrá más de uno que se identifique o identifique a estos personajes con gente que conoce. Es todo muy norteamericano y muy parecido a lo que vemos en algunas películas o series de factura USA. Visto desde aquí es una mera curiosidad, apenas una pieza del inmenso mosaico estadounidense que aporta bien poco, más allá de la compartida zozobra de la crisis de edad, en este caso de la treintena. Aunque ¿la crisis vital no era a los cuarenta?.
jueves, 23 de septiembre de 2010
TODO FLUYE
No hay nada más demoledor para una ideología que el retrato que sobre su aplicación en la vida real hace alguien desde dentro, alguien que una vez creyó en la revolución y que, a pesar de los peligros, decide denunciar no ya sus fallos, sino sus atrocidades sin fin, su manipulación social, sus imperativos impuestos a sangre y fuego. Es el caso del comunismo soviético y de Vasili Grossman que renunciando a su silencio para medrar en la compleja sociedad rusa de la época, prefiere dar cuenta al mundo de lo que ocurre y atenerse al ostracismo, la mejor de las suertes que le quedaban. Grossman ya había sido cronista de la batalla de Stalingrado, ya había denunciado, entre los primeros, la existencia de los campos de exterminio nazi y, en una acción casi suicida, se apuntó a desvelar el peor de los secretos del stalinismo, los horrores de los campos de trabajo, más bien de exterminio, comunistas en la Siberia profunda, los desplazamientos en masa de pueblos vistos como inferiores, las purgas interminables. Lo hacia, eso en VIDA Y DESTINO, con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial. Una obra vetada durante mucho tiempo, algo que no le desanimó, sino todo lo contrario, a proseguir con su denuncia. TODO FLUYE es su última novela, escrita durante la etapa en que la URSS fue gobernada por Jruschev, en plena desestalinización. Y es en esta novela donde Grossman va más allá que en las anteriores y siguiendo la vida de Iván Grigórievich, que pasó varios años en campos siberianos, nos sumerge en una profunda reflexión sobre la deriva hacia el horror en que cayó la revolución que destronó al zar y que en años sucesivos repetiría los errores de aquel régimen absolutista y llevaría el horror a límites desconocidos.Analiza Grossman los motivos que llevaron a Lenin a deshacerse de todos sus compañeros del viaje de la revolución. Asegura que Lenin fue implacable porque, como buen iluminado, se creía en posesión de la verdad absoluta, se negaba a todo debate y optó por deshacerse de todo el que no pensara como él. Se pregunta Grossman si Lenin fue consciente de los atropellos y actos criminales que generó su proyecto político en el que el estado pasó a serlo todo y donde la libertad, algo que los rusos nunca conocieron, no fue mas que un concepto verbal de uso propagandístico. Los errores descomunales de los primeros años adquirieron con Stalin proporciones gigantescas. Todo era estado, y por el bien de este todo estaba permitido. Se iniciaba así una política criminal que despojó de las tierras a millones de campesinos, después de haber despojado de las mismas a los terratenientes. Una política que poco a poco fue ampliándose y por la cual todos perdieron sus negocios privados, desde una gran empresa a un pequeño comercio. La estatalización de la tierra, los programas de producción obligatoria, los planes quinquenales y la falta de alimentos provocaron millones de muertos en el campo. No había comida para quien no cumpliera con la entrega de la cuota establecida. Esa política arrasó sobre todo los campos de Ucrania y Bielorrusia. Se fomentó además la delación, la denuncia sin necesidad de prueba, las detenciones masivas con acusaciones falsas, la escenificación de arrepentimientos por delitos que ni siquiera sabían que habían cometido, las deportaciones, la apertura de campos de trabajo gigantescos en la terrible Siberia. Nadie estaba a salvo, todo el mundo era sospechoso de contrarrevolucionario y el terror se instauró como el mejor de los métodos para asegurar al estado. Un estado que controlaba todo, desde el cauce de un riachuelo en Balkaria, la producción de una gran fábrica en los Urales o el permiso vacacional de un funcionario de Odesa. Todo. Es esta una novela que no hay que perderse, sobre todo si uno ha tenido algún tipo de interés por Lenin, por su revolución y por los progresos de la extinta Unión Soviética. Y es que nadie conoce mejor lo que pasa en casa que el que está dentro.
viernes, 17 de septiembre de 2010
PAZ
PAZ. Un curioso título para un relato de guerra. La novela, de apenas doscientas páginas, va más allá del episodio bélico para concentrarse en el dilema moral que se plantean los miembros de una patrulla, cuyo sargento asesinó a sangre fría a una mujer desarmada, descubierta junto a un oficial alemán que previamente mató a dos soldados norteamericanos en un control de carretera. Ese debate moral, sobre si deberían denunciar o no al sargento, sobre si la muerte de la mujer estaba o no justificada, transcurre a lo largo de varios días en los que tres de los miembros de la patrulla, guiados a la fuerza por un anciano italiano, deben subir una montaña, en condiciones muy penosas, para comprobar si hay unidades alemanas en la zona, estamos en Italia en 1941, si están atrincheradas o si van en retirada. La atmósfera, verdaderamente asfixiante, ya que hace un frío extremo, llueve a mares e incluso nieva, hace penoso no ya el camino, sino las reflexiones de los integrantes de la patrulla, que no dejan de rememorar su vida anterior, su América feliz, la injusticia de estar en una guerra en la que pueden morir. Afloran además los miedos más primarios, la inseguridad, la desconfianza. Hay una mezcla de amor y odio entre ellos, que unas vez se ven como aborrecibles e inaguantables y luego se convierten en extremadamente solidarios, casi hermanos, cuando la lucidez se impone por la consciencia de que es su única posibilidad de sobrevivir. Richard Bausch, prolífico autor norteamericano de cuentos y novelas, logra atraparnos en esa difícil atmósfera de miedo y esperanza, de desesperación y agobio, de frialdad y pasmo. La muerte lo sobrevuela todo y los momentos, cambiantes, justifican las variaciones, a veces contradictorias, en el debate moral que se plantean. El ruido de la guerra no logra sofocar esa lucha individual por mantener una cierta coherencia personal, un mantenimiento de los valores compartidos. En definitiva, la novela es una excelente inmersión, una forma distinta de acercarse al fenómeno de la guerra, que me ha atrapado y me ha recordado las magnificas series para televisión HERMANOS DE SANGRE y THE PACIFIC, que produjeron Spielberg y Tom Hanks.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
JERNIGAN
David Gates es uno de esos periodistas norteamericanos que sienten el gusanillo de la literatura. Bien conocido por su quehacer como redactor jefe de Newsweek, es autor de numerosos cuentos y de varias novelas. Con JERNIGAN, que publicó en 1991, logró ser finalista del premio Pulitzer. JERNIGAN es algo así como una foto fija de un hombre que llegado a los cuarenta se sumerge en la crisis propia de ese momento generacional y empieza a caer y caer sin que se vea el fondo. Su mujer se suicida, le despiden del trabajo de la inmobiliaria con el que había ocupado su vida los últimos diez años, y no sabe como manejar a su hijo adolescente, que apenas pisa la casa. Es la suya una caída lenta, pevisible, sin grandes aspavientes, que vive mirando al mundo desde una borrachera cada vez más habitual y un creciente sarcasmo. Ni siquiera el inicio de una relación con una vecina divorciada, madre a su vez de una hija enganchada, novia de su hijo, parece ser el revitalizante que necesite para salir de la situación.
Es una novela sobre gente corriente, sin demasiadas expectativas, de la que seguramente podremos encontrar muchos ejemplos alrededor, aunque sin tanto histrionismo. Es una excelente disección del ejemplar cuarentón que ha perdido el rumbo, que tampoco tiene especial interés en encontrarlo, agobiado un tanto por los problemas cotidianos, como pagar la hipoteca, perder el trabajo, tener un adolescente perdido que se fuma las clases, y cada vez más aficionado a tirar para adelante a base de darle al alcohol...Lo que está claro es que esta novela, como muchas películas norteamericanas, nos pintan una visión de Nueva Jersey penosa, ese jardín al lado de Nueva York, llamado a ser el escenario idílico de la familia burguesa, que bajo el césped artificial esconde un mundo de depresiones, falta de ilusión y aburrimiento extremo cuyos desenlaces son imprevisibles. En definitiva, una entretenida novela, de fondo tragicómico, que refleja como un espejo esa realidad que muchas veces tenemos delante y no vemos por ser tan corriente.