La narración gira sobre una pareja protagonista, la del sheriff Dan Norman, especializado en esquivar problemas y en no indagar más allá del mínimo exigible, y Louise Darling, una chica que hace profesión de su insatisfacción y que lo mismo trabaja de fotógrafa que se escapa una temporada a casa de una tía y la sustituye repartiendo periódicos a domicilio de madrugada. Junto a ellos también destaca Tiny, el ex de Louise, un tipo muy perdido que lo mismo decide cambiar de estado que regresar para enrolarse, como conferenciante, en un programa de rehabilitación y prevención de drogas. Todo muy norteamericano.
Hay auténtica maestría en Drury en pegarse 382 página en contarnos aparentes nimiedades en unas vidas marcadas por el aburrimiento, en una zona rural en la que cualquier novedad, el traslado por ejemplo de una caravana, puede convertirse en un gran acontecimiento. Hay mucho talento en trasladarnos, sin aburrir, esa lentitud en el paso de los días, casi todos iguales, y en contarnos vidas apenas sobresaltadas porque, por ejemplo no les funciona la heladera. Es en todo caso una visión amable, un tanto superficial, de una forma de vida que probablemente nos atacaría los nervios a los urbanitas y, contra lo esperado, no nos lo presenta como un mundo idílico y envidiable, aunque tampoco como un lugar del que salir huyendo de inmediato.
Se lee en la contraportada que el mundo creado por Drury recuerda en cine de los hermanos Coen. Incluso USA Today le encuentra semejanzas con los mundos inventados por Faulkner. Bueno, cada uno tiene lo suyo. Es interesante, pero puede ser totalmente prescindible.
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