
La novela es un hábil ejercicio con resabios de realismo mágico latinoamericano y realismo sucio norteamericano. Es la historia del gringo Germán Alcántara Carnero, de su nacimiento en una mísera casa en una de las tierras más áridas de México, donde los campesinos son poco más que esclavos al servicio del amo. Es la narración de su primera huida, de su alistamiento forzado en una tropa, de su segunda huida, del primer amor de su vida, del regreso, de su asentamiento como matón oficial, de las atrocidades que comete, de la quema de una iglesia, de los asesinatos en una presa, de su intento de redención y de las facturas que le pasa la vida.
Esa es la historia pero contada de otra forma. A retazos. Con continuos saltos en el tiempo. Constantemente hacia adelante y hacia atrás. Con un intento de implicación del narrador en la historia, que no acaba de entenderse. Al final hay como un efecto mareo. La lectura se hace difícil porque la estructura narrativa elegida parece perseguir ese efecto a propósito. Hay demasiada reiteración, demasiados cambios de nombre, demasiado salto. Es verdad que la formidable descripción ambiental, esa aridez que lo empaña todo, esa crueldad inusitada, ese desapego brutal atrapan y te fuerzan a seguir la lectura. Pero no lo pone fácil Emiliano Monge. Y aunque todo te lleva a alcanzar al final, uno no tiene claro si el esfuerzo que requiere seguir la historia merece la pena.
En fin, para curiosos que buscan otras formas de contar.
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