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GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS
Un lector por libre. Leo lo que me apetece en cada momento, lo que encuentro, por ejemplo rebuscando en la biblioteca pública, o cualquier título que me llame la atención en una librería. No soy metódico, me dejo influir, qué remedio, por lo que va saliendo, pero guardo un mínimo espíritu anárquico para que no todo sea al dictado. Este blog no pretende ser guía para nadie, ni una recopilación de críticas. Sólo reseñas de lo que cae en mis manos.

jueves, 27 de agosto de 2015

EL DÍA DE MAÑANA

Si alguien quiere sumergirse unas horas en la España gris del tardofranquismo, la de los años sesenta y setenta del siglo pasado, por un ataque de nostalgia o por conocer un período sobre el que poco se ha escrito, salvo textos imprescindibles como los de Juan Marsé, nada mejor que acercarse a esta novela de Ignacio Martínez de Pisón. La sitúa en esa Barcelona de los sesenta en la que empezaban a articularse los primeros movimientos de resistencia al franquismo, en muchos casos puro juego de salón, mientras el resto del país, salvo pequeñas excepciones, seguía sumergido en el aburrimiento y la lucha por la supervivencia, un clima que la dictadura mantenía con mano dura en las últimas décadas. Y el foco se va a poner en uno de esos luchadores, en uno de esos resistentes no al régimen sino a las penurias de la vida. Se trataba de sobrevivir y eso es lo que se propuso Justo Gil, que llega a la Ciudad Condal con lo puesto y llevando como sobrepeso una madre impedida. No tiene nada y está decidido a salir adelante, dejando de lado cualquier escrúpulo. No le seguimos directamente, sino que le vamos descubriendo poco a poco, a través de una docena de personajes que tuvieron distintos tipos de relación con él: conocidos de su pueblo, amantes, policias, opositores al régimen. Y es que Justo Gil empieza trabajando en lo que le sale, pronto empieza a montar iniciativas que derivan en estafas y acaba, más por presiones que por convencimiento, como un activo confidente de la temida brigada político social de la policial. No hay contemplaciones con el personaje al que, a pesar de todo, no se le puede condenar:él fue, como otros muchos, un juguete roto de la dictadura, y muchos de sus actos tuvieron que ver más con el comer cada día que con servir al franquismo. 
En todo caso estamos ante un interesantísimo retratado de aquella Barcelona de los sesenta y setenta  en la que muchos que vivieron allí y en otras partes de España se verán reflejados. Advertir que deja un poso amargo en quienes sufrieron aquellos años y en quienes se interesen por un período sobre el que ha habido demasiada amnesia.

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