lunes, 12 de agosto de 2019

SEROTONINA, de MICHEL HOUELLEBECQ

Acercarse a Houellebecq es adentrarse, casi siempre, en el perfil de un antihéroe, personaje que le sirve para denunciar fenómenos que nos afectan a todos, aunque este siempre este depresivo o al borde de la depresión y tenga en los ansiolíticos ese apoyo para soportar y darnos su versión del mundo. Y con esta nueva novela el autor francés no defrauda a los que más o menos esperamos a uno de sus antihéroes. Y así nos presenta a un tal Florent-Claude Labroueste, un tipo que odia su nombre y hasta su edad, mediada a cuarentena. Se medica con ganas, y los ansilíticos tienen efectos secundarios como la desaparición de la libido, lo que le llevará a la conclusión de que el sexo está sobrevalorado.
La novela arranca en el momento en el que el protagonista decide dar un giro a su vida: abandona su trabajo y a la chica con la que vive. Entiende que se encuentra en una situación catastrófica: sus relaciones son una sucesión de fracasos, su vida laboral una inutilidad (trabaja en el ministerio de Agricultura en negociaciones con la UE sin salida desde el principio). En esa situación inicia un viaje sin rumbo claro, sus economía desahogada se lo permite, y acaba por tierras normadas. Por un lado busca el anonimato casi total, sumido como está en la desesperanza, pero eso no le impide ser consciente de la realidad que le rodea y reflexionar sobre la situación en su país y en una Unión Europea que camina hacia la autodestrucción.
Houellebecq aprovecha para colar los problemas de los agricultores franceses y las protestas contra el gobierno, que al final son premonitorias de la crisis de los chalecos vivida recientemente en Francia contra Macron.
No ha lugar para la esperanza personal ni social, ni siquiera buscando refugio en la cultura. El autor francés no da ninguna probabilidad de detener la decadencia de la sociedad occidental en este siglo y el advenimiento de unos cambios imparables ante los que no se puede hacer nada. En fin, en su línea y no defrauda.

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