Estamos ante un nuevo caso del escritor investigador Marcus Goldman, que vuelve a aliarse con su amigo policía del caso Quebert, Perry Gahalowood, para reabrir el caso de Alaska Sanders, una joven asesinada once años años, caso aparentemente cerrado, aunque algunos flecos permiten a ambos reabrirlo para encontrarse con una auténtica caja de sorpresas. No todo era como parecía y la investigación aflora nuevos culpables, descubre importantes fallos policiales y va desenredando una madeja con constantes giros y revueltas hasta la traca final. Y tirando y tirando se descubren líos amorosos y de desamor entre los protagonistas, amistades rotas, abusos, culpable que son inocentes, y suicidios que no lo fueron.
A ver, Dicker es un maestro en mantener la atención y añadir constantemente elementos que hacen cuestionar creencias y seguridades que parecen consolidadas. Otra cosa con las tramas colaterales con las que quiere alargar un texto demasiado extenso, que van desde los romances y las tragedias personales, a autobombo con las referencias dichas a libros anteriores.
La historia que nos cuenta es carne de serie o película (que no sé si se ha hecho o esté en fase de preparación) y tiene todos los elementos para resultar interesante y atrapar al lector hasta el final sorpresa, aunque tenga momentos soporíferos y para mí completamente fuera de lugar. Leído en caso de Harry Quebert, hay demasiadas similitudes, giros ya conocidos y un tirar de lo mismo que puede llevarle a ser repetitivo y acabar hartando. De momento nos queda una novela entretenida, en la que lo suyo es dejarse llevar sin buscar mucho más de lo que aparenta ser.
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