Última entrega, esperemos que por ahora, de Paul Auster. Una novela escrita durante su convalecencia por enfermedad, que no le impidió seguir trabajando, a la vez que luchaba por su vida. Baumgartner es un viejo profesor, recién retirado de la actividad académica, pero entregado a la escritura y, sobre todo, a guardar la memoria de la que fue su esposa, desaparecida diez años atrás. Diez años que no son nada durante este tiempo casi de autoencierro en el que el profesor no parece dispuesto a super la pérdida, sin que eso le impida vivir el día a día.
Es una novela llena de pistas autobiográficas, la de un profesor que, como el propio Auster, va haciendo repaso de su vida, de su familiar, de su gran amor, sabiendo que se asoma a la última etapa de su existencia. Más allá de pequeños detalles que certifican la pérdida de habilidades físicas, el profesor, como Auster, sigue en plenitud de facultades intelectuales y creativas. Sigue escribiendo y parece que en al menos en eso no piensa rendirse.
La tranquila aceptación de la vejez le lleva incluso a un repunte en su actividad intelectual y el conocimiento de dos mujeres le ayudan, por primera vez en diez años, a empezar a cerrar el duelo por Anna, y a ilusionarse con nuevos proyectos, entre los que se incluye la búsqueda del reconocimiento de una ingente obra, hasta ahora desconocida, de la que fue su esposa. Un reto, junto a otros trabajos, que nos advierten que no hay intención ninguna de bajar los brazos, igual que el propio Auster del que hay que confiar en que seguirá ofreciéndonos más creaciones.
La novela es puro Auster, en especial en ese recurrir a abrir distintos cajones, que nos plantean historias bien diferentes y que nos dejan asomarnos a ese inmensamente rico mundo imaginativo del escritor. En resumen, para no perdérsela.
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