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GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS
Un lector por libre. Leo lo que me apetece en cada momento, lo que encuentro, por ejemplo rebuscando en la biblioteca pública, o cualquier título que me llame la atención en una librería. No soy metódico, me dejo influir, qué remedio, por lo que va saliendo, pero guardo un mínimo espíritu anárquico para que no todo sea al dictado. Este blog no pretende ser guía para nadie, ni una recopilación de críticas. Sólo reseñas de lo que cae en mis manos.

martes, 28 de septiembre de 2010

EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS


Creo que ya lo he apuntado en otro post anterior, pero no me importa repetirlo. Soy austeriano, admirador convencido de casi toda su obra, casi un propagandista y por eso siempre acojo con entusiasmo cualquier texto suyo. Este “El país de las últimas cosas” no es reciente. Simplemente se me había pasado y la recomendación insistente de un amigo, también tocado por la gracia de Auster, me llevó a la novela. No me debió pillar en un buen momento, quizá estaba necesitado de una lectura más ligerita, o quizá fue la sorpresa al adentrarme en un mundo demasiado siniestro y falto de esperanza, tan lejos de la frescura y la riqueza imaginativa de otros libros de Auster. Ha sido un auténtico mazazo, porque es difícil mantener la compostura ante una narración en la que se se atisba la más mínima esperanza, en que todo conduce al vacio, a la nada, en la que es difícil hasta explicar porque los personajes se empeñan en sobrevivir cuando no hay resquicio alguno por el que escaparse. A ese mundo cruel y autodestructivo llega Anna, en busca de su hermano, periodista, que meses antes se había trasladado a una ciudad y un país que estaba sufriendo un increíble fenómeno de autodestrucción incontrolable. La acompañamos en un viaje sin destino, en una encerrona sin escapatoria, en una ciudad donde el gobierno solo se ocupa de recoger a los muertos de las calles, donde nadie produce nada, donde todos se dedican a encontrar algo que les permita sobrevivir ese día y si puede ser el siguiente. No explica Auster las causas de esa decadencia suicida que acabará con la ciudad y sus habitantes en poco tiempo; prefiere detenerse, en una aparente reflexión sobre la catástrofe a la que nos conduce el estilo de vida contemporáneo, en las cosas mas nímias, las más importantes, en ese reciclaje compulsivo de objetos cotiadianos que ahora sirven para un trueque salvador, en ese sálvese quien pueda que se olvida de la solidaridad o de la compasión misma. De lo que pasa en la ciudad, de lo que le pasa a la propia Anna sabemos por una carta-diario que dirige a alguien no identificado. La única esperanza que asoma en todo el libro es pensar que finalmente alguien pudo escapar de semejante infierno, hacernos llegar ese texto por el que sabemos de tanta penalidad, de tanta miseria física y moral, de ese mundo condenado en el que los gestos de solidaridad se cuentan con los dedos y en el que parece que lo más razonable sería morir cuanto antes. En fin, un texto muy deprimente con un futuro muy negro, que hay que leer con buen estado de ánimo. No sé cual sería el de Paul Auster cuando lo escribió, pero está claro que no estaba en sus mejores días (emocional e intelectualmente hablando). En todo caso la trama, como en todo texto austeriano, atrapa y te deja casi sin aliento. Ojo al elegir el momento para empezar su lectura.

sábado, 25 de septiembre de 2010

TODOS LOS JÓVENES TRISTES Y LITERARIOS

Es esta otra novela generacional. Muy reciente. Su autor, Keith Gessen, tiene treinta años, y sus tres personajes rondan esa edad, están intelectualmente bien preparados, y tienen como él ascendencia rusa y judía, lo que da idea de que la novela está llena de referentes autobiográficos. Ha tenido mucho éxito en Estados Unidos y quizá ese éxito tiene explicación en clave puramente norteamericana. Vista desde aquí no es más que una serie de pinceladas sobre un cierto tipo de gente, todavía joven, muy bien formada, pero tan despistada como tantos otros de generaciones anteriores. No son generación X, pero no sería difícil ponerles nombre. Uno, Mark, vive dándole vueltas a una tesis eterna sobre los mencheviques; Sam está decidido a escribir la obra sionista definitiva, aunque un viaje a Cisjordania le hará no solo ver las cosas de forma diferente sobre la crisis israelo-palestina sino sobre sus propios objetivos profesionales. Y el tercero, Keith, analista político, anda tan hundido con los años de gobierno Bush, que no se encuentra. Todos ellos van a la deriva en sus vidas sentimentales, y los tres acaban en Nueva York, que se convierte en la ciudad faro para todo urbanita que se precie. Supongo que en Estados Unidos habrá más de uno que se identifique o identifique a estos personajes con gente que conoce. Es todo muy norteamericano y muy parecido a lo que vemos en algunas películas o series de factura USA. Visto desde aquí es una mera curiosidad, apenas una pieza del inmenso mosaico estadounidense que aporta bien poco, más allá de la compartida zozobra de la crisis de edad, en este caso de la treintena. Aunque ¿la crisis vital no era a los cuarenta?.

jueves, 23 de septiembre de 2010

TODO FLUYE


No hay nada más demoledor para una ideología que el retrato que sobre su aplicación en la vida real hace alguien desde dentro, alguien que una vez creyó en la revolución y que, a pesar de los peligros, decide denunciar no ya sus fallos, sino sus atrocidades sin fin, su manipulación social, sus imperativos impuestos a sangre y fuego. Es el caso del comunismo soviético y de Vasili Grossman que renunciando a su silencio para medrar en la compleja sociedad rusa de la época, prefiere dar cuenta al mundo de lo que ocurre y atenerse al ostracismo, la mejor de las suertes que le quedaban. Grossman ya había sido cronista de la batalla de Stalingrado, ya había denunciado, entre los primeros, la existencia de los campos de exterminio nazi y, en una acción casi suicida, se apuntó a desvelar el peor de los secretos del stalinismo, los horrores de los campos de trabajo, más bien de exterminio, comunistas en la Siberia profunda, los desplazamientos en masa de pueblos vistos como inferiores, las purgas interminables. Lo hacia, eso en VIDA Y DESTINO, con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial. Una obra vetada durante mucho tiempo, algo que no le desanimó, sino todo lo contrario, a proseguir con su denuncia. TODO FLUYE es su última novela, escrita durante la etapa en que la URSS fue gobernada por Jruschev, en plena desestalinización. Y es en esta novela donde Grossman va más allá que en las anteriores y siguiendo la vida de Iván Grigórievich, que pasó varios años en campos siberianos, nos sumerge en una profunda reflexión sobre la deriva hacia el horror en que cayó la revolución que destronó al zar y que en años sucesivos repetiría los errores de aquel régimen absolutista y llevaría el horror a límites desconocidos.Analiza Grossman los motivos que llevaron a Lenin a deshacerse de todos sus compañeros del viaje de la revolución. Asegura que Lenin fue implacable porque, como buen iluminado, se creía en posesión de la verdad absoluta, se negaba a todo debate y optó por deshacerse de todo el que no pensara como él. Se pregunta Grossman si Lenin fue consciente de los atropellos y actos criminales que generó su proyecto político en el que el estado pasó a serlo todo y donde la libertad, algo que los rusos nunca conocieron, no fue mas que un concepto verbal de uso propagandístico. Los errores descomunales de los primeros años adquirieron con Stalin proporciones gigantescas. Todo era estado, y por el bien de este todo estaba permitido. Se iniciaba así una política criminal que despojó de las tierras a millones de campesinos, después de haber despojado de las mismas a los terratenientes. Una política que poco a poco fue ampliándose y por la cual todos perdieron sus negocios privados, desde una gran empresa a un pequeño comercio. La estatalización de la tierra, los programas de producción obligatoria, los planes quinquenales y la falta de alimentos provocaron millones de muertos en el campo. No había comida para quien no cumpliera con la entrega de la cuota establecida. Esa política arrasó sobre todo los campos de Ucrania y Bielorrusia. Se fomentó además la delación, la denuncia sin necesidad de prueba, las detenciones masivas con acusaciones falsas, la escenificación de arrepentimientos por delitos que ni siquiera sabían que habían cometido, las deportaciones, la apertura de campos de trabajo gigantescos en la terrible Siberia. Nadie estaba a salvo, todo el mundo era sospechoso de contrarrevolucionario y el terror se instauró como el mejor de los métodos para asegurar al estado. Un estado que controlaba todo, desde el cauce de un riachuelo en Balkaria, la producción de una gran fábrica en los Urales o el permiso vacacional de un funcionario de Odesa. Todo. Es esta una novela que no hay que perderse, sobre todo si uno ha tenido algún tipo de interés por Lenin, por su revolución y por los progresos de la extinta Unión Soviética. Y es que nadie conoce mejor lo que pasa en casa que el que está dentro.

viernes, 17 de septiembre de 2010

PAZ


PAZ. Un curioso título para un relato de guerra. La novela, de apenas doscientas páginas, va más allá del episodio bélico para concentrarse en el dilema moral que se plantean los miembros de una patrulla, cuyo sargento asesinó a sangre fría a una mujer desarmada, descubierta junto a un oficial alemán que previamente mató a dos soldados norteamericanos en un control de carretera. Ese debate moral, sobre si deberían denunciar o no al sargento, sobre si la muerte de la mujer estaba o no justificada, transcurre a lo largo de varios días en los que tres de los miembros de la patrulla, guiados a la fuerza por un anciano italiano, deben subir una montaña, en condiciones muy penosas, para comprobar si hay unidades alemanas en la zona, estamos en Italia en 1941, si están atrincheradas o si van en retirada. La atmósfera, verdaderamente asfixiante, ya que hace un frío extremo, llueve a mares e incluso nieva, hace penoso no ya el camino, sino las reflexiones de los integrantes de la patrulla, que no dejan de rememorar su vida anterior, su América feliz, la injusticia de estar en una guerra en la que pueden morir. Afloran además los miedos más primarios, la inseguridad, la desconfianza. Hay una mezcla de amor y odio entre ellos, que unas vez se ven como aborrecibles e inaguantables y luego se convierten en extremadamente solidarios, casi hermanos, cuando la lucidez se impone por la consciencia de que es su única posibilidad de sobrevivir. Richard Bausch, prolífico autor norteamericano de cuentos y novelas, logra atraparnos en esa difícil atmósfera de miedo y esperanza, de desesperación y agobio, de frialdad y pasmo. La muerte lo sobrevuela todo y los momentos, cambiantes, justifican las variaciones, a veces contradictorias, en el debate moral que se plantean. El ruido de la guerra no logra sofocar esa lucha individual por mantener una cierta coherencia personal, un mantenimiento de los valores compartidos. En definitiva, la novela es una excelente inmersión, una forma distinta de acercarse al fenómeno de la guerra, que me ha atrapado y me ha recordado las magnificas series para televisión HERMANOS DE SANGRE y THE PACIFIC, que produjeron Spielberg y Tom Hanks.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

JERNIGAN


David Gates es uno de esos periodistas norteamericanos que sienten el gusanillo de la literatura. Bien conocido por su quehacer como redactor jefe de Newsweek, es autor de numerosos cuentos y de varias novelas. Con JERNIGAN, que publicó en 1991, logró ser finalista del premio Pulitzer. JERNIGAN es algo así como una foto fija de un hombre que llegado a los cuarenta se sumerge en la crisis propia de ese momento generacional y empieza a caer y caer sin que se vea el fondo. Su mujer se suicida, le despiden del trabajo de la inmobiliaria con el que había ocupado su vida los últimos diez años, y no sabe como manejar a su hijo adolescente, que apenas pisa la casa. Es la suya una caída lenta, pevisible, sin grandes aspavientes, que vive mirando al mundo desde una borrachera cada vez más habitual y un creciente sarcasmo. Ni siquiera el inicio de una relación con una vecina divorciada, madre a su vez de una hija enganchada, novia de su hijo, parece ser el revitalizante que necesite para salir de la situación.

Es una novela sobre gente corriente, sin demasiadas expectativas, de la que seguramente podremos encontrar muchos ejemplos alrededor, aunque sin tanto histrionismo. Es una excelente disección del ejemplar cuarentón que ha perdido el rumbo, que tampoco tiene especial interés en encontrarlo, agobiado un tanto por los problemas cotidianos, como pagar la hipoteca, perder el trabajo, tener un adolescente perdido que se fuma las clases, y cada vez más aficionado a tirar para adelante a base de darle al alcohol...Lo que está claro es que esta novela, como muchas películas norteamericanas, nos pintan una visión de Nueva Jersey penosa, ese jardín al lado de Nueva York, llamado a ser el escenario idílico de la familia burguesa, que bajo el césped artificial esconde un mundo de depresiones, falta de ilusión y aburrimiento extremo cuyos desenlaces son imprevisibles. En definitiva, una entretenida novela, de fondo tragicómico, que refleja como un espejo esa realidad que muchas veces tenemos delante y no vemos por ser tan corriente.